30 de enero de 2006

CON EL OÍDO TAMBIÉN SE DICE

En estos tiempos de vacaciones, elegir el lugar de descanso puede ser un trabajo mental en sí mismo, si abstraemos la decisión de ciertos motivos que limitan el libre albedrío, cuando no lo eliminan.

En ausencia de mayores obligaciones, la Argentina tiene lugares que cualquier país del mundo le envidiaría. Este servidor ha recorrido una buena parte de nuestra geografía y podría recomendar infinidad de rincones en los que el generoso lector hallaría descanso, soledad, jarana o desafío, según el objetivo que tuviera en su cabeza.

Lo que más disfruté siempre de mis solitarios viajes por el interior fue la conversación con la gente, y más estrictamente aún, el escuchar a esas personas matizadas con reflexiones y anécdotas tan distintas. Desde Washington Reyes, el hijo vago del placero de Cachi, hasta Héctor "Toto" Carosso, el dueño de un hotel en Esquel, pasando por la anciana húngara (y suicida) de Villa La Angostura, el biólogo inglés de Brunei, a quien serví de intérprete en Puerto Madryn, la adolescente fugitiva de Santa Teresita o el generoso capataz de obra que me invitó a una milanesa napolitana en una estación de servicio de Corrientes. No es necesario irse tan lejos: en el hospital Fernández, a donde fui de visita en una oportunidad, escuché historias sencillamente escalofriantes, y en la calle Florida un pianista ruso me contó cómo había escapado de Georgia después de que una bomba destruyera su casa. Todos ellos tenían su historia para contar, y a mí me sobraba el tiempo para escucharlos.

Hablar es todo un arte, y escuchar es un arte aún más infrecuente en nuestra sociedad vertiginosa y narcisista. Aprender esto ha sido todo un trabajo para este servidor, mal acostumbrado a exponer sus reflexiones y sus inquietudes de diversas maneras.

La comunicación supone hablar, pero también escuchar. De lo contrario, es mera información, disparos en la noche a una oscuridad que no responde. Quien escucha reconoce al otro, y entonces también le comunica silenciosamente que lo valora, lo respeta y lo recibe en su mundo personal.

Gracias por su escucha.

27 de enero de 2006

HACE 250 AÑOS NACIÓ MOZART

Hoy, 27 de enero, se cumplen 250 años del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart, considerado uno de los tres músicos más grandes que dio la música clásica junto con Bach y Beethoven. Hay quienes sostienen que el solo hecho de escuchar a Mozart lo hace a uno más inteligente.

Cuando era chiquitito y me preguntaban qué iba a ser de grande yo tenía dos respuestas: panadero y músico. Cuando venían visitas a casa mis 4 hermanos armaban una suerte de coro y entonaban algunas canciones frente a mis papás y sus amigos, y como yo era demasiado pequeño para cantar algo a la par de ellos, me limitaba a dar vueltas alrededor del cuarteto en un intento de animación visual. Unos años más tarde, a los seis, gané un premio en un festival escolar por interpretar una canción sobre un escenario.

Con mi segunda tanda de ahorros de cadete, a los 16 años, me compré un equipo de música (con la primera me había hecho socio de CUBA). Antes de eso, usaba el viejo grabador de mis hermanas, pero solo podía hacerlo en el cuarto de ellas, y si alguna aparecía era la hora de retirarme al silencio de mi habitación.

Mis primeros gustos musicales se inclinaron a Genesis, como podrán imaginar. Mi mamá también me inculcó el amor a lo clásico en los conciertos a los que me llevaba. Allí me sentía un poco más "grande", un poco más "serio", y me comportaba de acuerdo a lo que veía hacer al resto del público. El fin de semana me iba a bailar a alguna fiesta, pero no me destacaba en absoluto. Era tímido.

Una vez fuera del colegio, recuerdo nítidamente el día en que volví de mi primer examen final en la universidad. Para festejar la aprobación, me compré un cassette de Gardel, que por supuesto conservo. El tango ya exigía un lugar en mis bateas.

En el 93 conduje un programa de radio con dos amigos míos, Gonzalo y el Nono. Yo musicalizaba.
Recién en el 97 adquirí una compactera para mí solo, que es la que sigo teniendo hoy día. Le he agregado un disc-man porque, como suele ocurrir, la bandeja del mini se rompió, y con la salida auxiliar solucioné todo.

En la actualidad tengo una pequeña fortuna en discos. Alrededor de 400 compactos me contemplan cada noche al llegar a casa, y yo los contemplo a ellos y elijo uno para sentarme aunque sea un momento a disfrutar de él. Más de uno, o una, ha encontrado extractos de esas obras en el contestador de su casa. Desde un coro de mariachis cantándole el feliz cumpleaños hasta Cerati pidiéndole que me trataran suavemente (aunque la destinataria nunca lo entendió), pasando por el puro sonido de una tormenta, metáfora anticipadora que lamentablemente se cumplió con el tiempo. Con la música de otros se pueden decir muchas cosas, y un condimento clave de cualquier canción es el grado de identidad que el oyente encuentra en ella.

Tal vez me identifique con el rock sinfónico, pero cuando uno crece y madura, el abanico de estilos con los que siente apego se engrandece. El jazz, la bossa nova, la música celta, el folklore, son algunos ejemplos de ello.

Lo que más ha llamado la atención de quienes convivían conmigo es una especie de tarareo que practicaba ni bien me levantaba a la mañana, en cualquier circunstancia. Inventaba melodías y las interpretaba, imitando incluso algunos instrumentos, y en un volumen alto o bajo según de qué melodía se tratara.

Actualmente ese tarareo sigue intacto, y Paula lo disfruta (o al menos eso espero) cotidianamente. A veces camino por la calle y un transeúnte se da vuelta para mirarme. Entonces me doy cuenta de que inconscientemente estoy tarareando de nuevo. Mi tío, que era periodista, me decía "el motorcito". Lo cierto es que esto me ha ayudado a mantener siempre el buen humor, aún cuando exteriormente pareciera estar en la peor de las tormentas. De repente se encendía de nuevo el motorcito.

Sabrán disculpar el egocentrismo que colorea estas reflexiones, pero la mejor manera que he encontrado para expresar mi inmenso amor a la música ha sido a través de un breve relato autobiográfico.

Disfrutar de la buena música es un don que debemos agradecer a quien corresponda. Pero además se puede desarrollar, como cualquier aspecto del arte y la cultura (que etimológicamente se relaciona con el verbo "cultivar", de allí que se diga que alguien es muy "cultivado"). Por ello creo que a los hijos se les puede inculcar la lectura, el teatro o la música clásica, por poner solo algunos ejemplos. Con el tiempo nos lo agradecerán ellos y nuestros nietos.

Me despido con una frase de otro prócer mencionado más arriba: Ludwig von Beethoven: "La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espiritu". Doy fe.

Gracias por su tiempo.

20 de enero de 2006

20 DE ENERO

Hace exactamente 44 años mis papás se casaron en San Francisco. Hoy lo festejan juntos, y espero que sus aniversarios sean muchos más.

Hace 5 años me puse de novio con Paula. Consciente de que una etapa terminaba en mi vida, quise salir con ella por segunda vez un 20 de enero, para homenajear el amor de mis padres. Aquella tarde convoqué a dos de mis amigos-hermanos al desaparecido bar "Beckett", en Palermo Viejo, y les dije: "Muchachos, esta noche cambio de camiseta". Me refería a mi estado civil, por supuesto. Nada cambió en mis tragos con los amigos.

Soy un eterno agradecido del amor que he visto en mis padres, Fernando y Mary. Creo profundamente en la importancia de los modelos de vida, y ellos han sido uno muy grande para mi visión de lo que yo quería para mi biografía.

Fernando había escapado con su familia (10 años de edad, él) de la Guerra Civil Española, donde mi abuelo se había salvado de morir fusilado en Barcelona gracias a un amigo que le debía un favor y lo dejó escapar. Tuvo que huir con lo puesto en un barco rumbo a Marsella, sin poder despedirse de su mujer y sus hijos, entre ellos mi papá. Días más tarde mi abuela encontró un papelito que alguien había dejado caer en la canasta de las compras: "La mercancía llegó bien", decía el mensaje. Hablamos de 1936.

Al día siguiente una patrulla de milicianos comunistas irrumpió en la casa de la familia buscando a mi abuelo. Como no lo encontraban, uno de ellos sugirió llevarse a la familia, pero otro dijo que era mejor irse, total ya sabían que eventualmente estaban allí. Por supuesto, mi abuela y sus hijos abandonaron la casa y fueron a lo de unos primos. Días después otro mensaje cifrado le llegó a mi abuela para que abordaran un barco en el puerto, que los llevaría con mi abuelo.

Dicen que mi abuelo, al divisar el barco aproximándose a Marsella, quiso arrojarse al agua para nadar a abrazar a su familia. Lo cierto es que vivieron un tiempo allí, luego en Biarritz y más tarde vinieron a la Argentina.

Muchos años después, en unas vacaciones en Madrid, un amigo le presentó a Fernando a su secretaria, que trabajaba con él en Shell. Era Mary. Papá no la olvidó. Volvió a Buenos Aires y pasaron 4 años, en los cuales mi padre le envió a mi madre una carta y una postal. Mamá no le contestó.

Fernando estaba comprometido con una novia en Buenos Aires. Pero su corazón estaba lejos, del otro lado del océano. Preso de un fuerte dilema existencial, él dudaba. La familia de su novia era amiga de su familia, y él le había prometido que le traería de España el velo para su casamiento.

Cuando volvió a ver a Mary en Madrid, Papá largó el velo, la novia y la familia, y le pidió a Mamá que se casara con él y se viniera a vivir a la Argentina.

Helos aquí, con 44 años de matrimonio, 5 hijos y 12 nietos. Mi homenaje en este día debía ser, inequívocamente, para ellos, que con su exquisita humanidad me enseñaron que el amor verdadero supera todos los problemas y barre con todas las dudas.

Honor y gloria a todos aquellos que se atreven a amar para siempre y sin tibiezas, en las buenas y en las malas. Y como diría un vecino, gracias a mis viejos.

12 de enero de 2006

UNOS SE VAN, OTROS SE QUEDAN

Dado que una de las fieles lectoras de este rincón en la Red se va al Brasil, dedico unas brevísimas líneas al placentero tópico de las vacaciones.

Yo creo que el verdadero descanso se da a lo largo de todo el año. Los 15 días acostumbrados son como el plato principal, pero cada asado, cada piletazo, cada partido, en fin, cada actividad placentera es una pastilla de vacaciones adelantadas.

En mi caso, el solo hecho de sentarme en mi mecedora, cerrar los ojos y escuchar a media luz un tema de Pink Floyd, birra helada en mano, significa un descanso que compensa todo un día de agotadora actividad. Y donde cito a una de las mejores bandas de la historia, podría mencionar a muchos músicos más, de diversos estilos.

Lo mismo me ocurre cuando grito un gol de San Lorenzo, o cuando leo un clásico durante una hora, o cuando me tomo un submarino con medialunas contemplando a mi hijita mientras duerme.

Por supuesto, nada hay más lindo que poder hacer todo esto de un saque en un lugar tranquilo y paradisíaco. Pero si no existe esta posibilidad en la agenda de uno, se puede por lo menos ir regulando el descanso y estirar el esfuerzo hasta llegar, ahora sí, a ese mágico día en que salimos de nuestro lugar de trabajo con la certeza de que por 15 días no volveremos a pisarlo.

Al fin y al cabo, lo que uno es pertenece también al esfuerzo que ha realizado.

Gracias por su atención.

6 de enero de 2006

AUTOCRÍTICA

Detesto la mentira, la insensibilidad, la sensiblería, la hipocresía, la frivolidad, la incomprensión, la ambición desmedida, el histeriqueo, la avivada, el ventajerismo, la corrupción, la mediocridad, el consumismo, el capricho, el autoritarismo, la soberbia, el cinismo, la ignorancia, la injusticia, la adolescencia eterna, la amargura, la apatía, la pasividad, la vulgaridad, el desenfreno, la idiotez.

Admiro la verdad, la sensibilidad, la templanza, la transparencia, la espiritualidad, la empatía, la autosuperación, la decisión, el respeto, la solidaridad, la honestidad, la apuesta fuerte, la moderación, la racionalidad, el diálogo, la humildad, la bondad, la sabiduría, la justicia, la madurez, la alegría, el sentido del humor, la proactividad, la originalidad, el equilibrio, la inteligencia.

Lamentablemente, he sido insensible a muchas críticas.
He sido sensiblero al llorar cómodamente sin buscar soluciones.
He sido hipócrita al criticar en otros los defectos que yo tenía.
He sido frívolo al supeditar mis estados de ánimo a una derrota de San Lorenzo.
He sido incapaz de comprender que alguien fuera hincha de Huracán.
He sido desmedidamente ambicioso al pretender que los jugadores de San Lorenzo jugaran más de lo que podían jugar.
He histeriqueado con mujeres en un pasado lejano y nublado.
He sido un "vivo" al colarme en colectivos de adolescente.
He sido ventajero al cruzar la calle en bicicleta con el semáforo en rojo.
He sido corrupto al decirle a mi hermana dónde estaba el escondite de mi hermano a cambio de un caramelo.
He sido mediocre al errarme ese gol imposible.
He sido consumista al comprarme pastillas Mogul, Torpedos y alfajores Suchard "porque sí".
He sido caprichoso al no tomar el café con leche de chiquito.
He sido autoritario al no escuchar las opiniones políticas de otros.
He sido soberbio al pretender que siempre tenía razón.
He sido cínico al reirme a costa de otros.
He sido ignorante al pensar que aquella mujer me quería.
He sido injusto al no darme cuenta de que aquella otra mujer me quería.
He sido un eterno adolescente al volver a mi casa de casado con olor a whisky a las 4 de la mañana.
He sido amargo al no bailar aquella noche de boliche en que pensaba en ella.
He sido apático al no expresar cuánto me había gustado ese gesto.
He sido pasivo al no hacer esa llamada que solo yo tenía que hacer.
He sido vulgar al arrojar papel higiénico mojado (con agua) desde mi balcón, y al escupir también.
He sido desenfrenado al romper un reloj a los 10 años porque mi mamá no me lo prestaba.
He sido idiota al negar todos estos defectos cuando tuvieron lugar.

Aquel amigo lector que encuentre alguna de estas características en mi comportamiento diario me hará un favor al hacérmelo saber, y me privará de ser algo menos imperfecto al no decírmelo.

2 de enero de 2006

HA LLEGADO EL 2006

El nuevo año supone nuevas metas, objetivos, sueños o proyectos. Suele decirse que el secreto para alcanzar una meta es estar decidido a hacerla realidad. Sobran los ejemplos, y uno de los más usados es el de Cristóbal Colón, aunque erróneamente.

El navegante genovés (¿o griego, o catalán?), de cuyo fallecimiento se cumplirán 500 años el próximo 20 de mayo, se había propuesto llegar a Asia por un camino opuesto al tradicional. Fracasó, porque a mitad de camino se topó con América. Él murió pensando que había llegado a las Indias, pero no había sido así. Sin embargo, ha pasado a la historia como un triunfador absoluto, merced al descubrimiento de nuestro continente.

En cierta manera, Colón fue un hombre afortunado. Llegó a tierra firme porque decidió cambiar su curso, de oeste a sudoeste, siguiendo el consejo de Martín Alonso Pinzón. Si hubiera seguido la ruta en la que se hallaba hasta ese momento, habría caído en la Corriente del Golfo, que lo habría llevado al noreste y alejado de tierra firme. Ya en ese momento le era difícil dominar la impaciencia de la tripulación hambrienta y aburrida.

Lo cierto es que Colón, sin alcanzar su objetivo inicial, logró inscribir su nombre en la Historia y ofrecer a la humanidad un avance fenomenal. De ello sugiero una conclusión, aplicable al año que se inicia.

En muchas ocasiones no logramos las metas que nos hemos propuesto, pero accedemos a otras mejores. Es decir, a veces no se trata de lograrlas o no. Se trata de que Alguien ha dispuesto otras mejores con las que nos toparemos a fuerza de luchar por otras no tan buenas.

Es bueno plantearse objetivos y poner un orden de prioridades en nuestra vida. Antes de vivir algo, podemos verlo en nuestra proyección. Pero nos movemos en una extraña malla dorada, invisible y sutil, que condiciona nuestros movimientos y nos envuelve en sus propias causas.

Extraña mezcla de destino y libertad, el hombre suele llegar a encrucijadas en las que su inteligencia no cuenta con toda la información necesaria para tomar la decisión más correcta. Entonces el destino se presenta, casi imponente, y puede cambiar todo, hasta las reglas de juego con las que hemos iniciado nuestra lucha por esa meta que ahora queda empequeñecida. Es el hombre el que en última instancia debe decirle que sí, libremente, a esa súplica seductora que viene de un futuro próximo.

Es interesante recordar los proyectos, los miedos y las ilusiones que uno tenía al inicio de un año determinado, y qué fue de ellos al final de ese período. No me refiero a grandes causas. Doy un ejemplo: yo soñaba con irme una temporada a Cuba y Jamaica. Aquello nunca tuvo lugar, aunque no he renunciado a su realización. El motivo de que no pudiera concretar ese proyecto, en el año en que lo había imaginado, fue la aparición fulminante de logros mucho más importantes y duraderos que aquél. De repente, me vi en una película cuyo guión no había escrito.

La realidad suele superar nuestros mejores sueños, con nuestra venia o sin ella.

Bienvenidos al incierto 2006.