29 de junio de 2007

EL REGRESO DE FREDDY

Los medios de transporte suelen generarme sorpresas, como ya he relatado en detalle. Anoche me dieron otra de ellas, en el subte nocturno de regreso a casa.

Volvía leyendo un libro de teoría de la comunicación, muy concentrado. De repente alguien a mi costado se inclinó y oí: "Perdón...". Lo miré, sin saber de quién se trataba, y el individuo agregó: "¿Freddy?".

Se hizo la luz. La voz era inconfundible.

"¡Fito!", exclamé, y me levanté a saludarlo. Entonces conocí a Fito con pelo corto.

"Freddy" era mi apodo en la Universidad de Belgrano, en la que estudié en 1989 el primer año de Ciencias Políticas. Y "Fito" era el apodo de Hernán Echeverría, compañero mío de aquel entonces. A él le había sido impuesto por su parecido físico con el músico argentino. A mí, por el personaje de Freddy Kruger, de "Pesadilla". Una vez había ido directo del dentista a la facultad, con una remera azul y roja a rayas laterales, media boca anestesiada y la incapacidad consecuente de sonreír con toda ella.

El domingo ya había tenido un aperitivo de esto, porque por la calle me crucé con Egle Fernández, otra ex compañera de la UB, a quien sí reconocí. Pero ella no me vio, y le dije a Paula: "Si le digo a esta chica que fue compañera mía y la reconocí 18 años después se desmaya acá".

Esto de encontrarse con alguien a quien uno no ha visto en la última mitad de lo que lleva vivido (18 años de 36) es todo un acontecimiento. Uno le pide a la rutina que lo deje a solas con el ayer, y sirve dos vasos de memoria para brindar por aquellos viejos e inocentes tiempos de idealismo (que nos han traído a este hoy feliz).

Ambos estamos ahora casados y con hijos. Yo me recibí en Ciencias Políticas (pero en otra universidad) y me dediqué a la comunicación. Él terminó Comercio Exterior, estudió tres años de Filosofía y es gerente de un colegio en Castelar. "Él era el que entendía todo lo de Laclau", le dijo a su señora acerca de mí y de nuestro incomprendido profesor de filosofía del 89. Y mi mayor sonrisa fue cuando me dijo que el otro día, viendo a San Lorenzo campeón, se había acordado de mí. Esto es para mí digno de orgullo: 18 años después me sigue teniendo de referente azulgrana. "Eras un fanático", me dijo Fito. "Sí, y ahora mi jermu viene a la cancha conmigo y mis hijas aprenden los cantitos", le contesté. Y agregué que Gustavo Peninno, otro rostro de aquellos tiempos, era de Tigre y debía estar contento por el ascenso.

Nos despedimos con un abrazo, y prometí mandarle un mail para quedar en contacto. Creo que lo haré, aunque a veces es mejor guardar estos encuentros en ese recinto sagrado donde habita lo inesperado, lo azaroso, lo ¿casual?

El futuro nos aguarda ansioso e intacto, pero el pasado nos supervisa agazapado entre nuestras fatigas cotidianas, porque de él estamos hechos y a él debemos lo que somos.

20 de junio de 2007

TIEMPO DE CULPAS

He tenido un problema en las últimas semanas, y ha sido la falta de tiempo y fuerza para escribir en los dos blogs que abrí hace un tiempo. Tengo un pequeño demonio en mi alma que me lo recuerda día a día, como el portero que con su sola presencia (o ausencia, recordada por su escritorio) me trae a la lista mental de obligaciones la de mandar ese fax con el pago de expensas que hice hace diez días ya.

Tener o no tener tiempo para algo es, en realidad, una cuestión de orden. Cuando estamos faltando a la cita con la salud en el club, o no llamamos a aquel amigo acreedor de nuestro instante, no es por falta de tiempo sino por ausencia de orden... y de fuerza para llevar a cabo lo que pensamos.

Toda esta divagación viene a cuento de mi pequeño sentimiento de culpa, que sería mayor si no tuviera culpas más urgentes aún. Y entonces llego al tema de estas líneas, que es a la vez el elemento desencadenante de ellas: la culpa omnipresente, que mueve al mundo con idéntica fuerza que el poder, el amor o el dinero.

Los psicólogos suelen llevar a la culpa detenida e incomunicada, porque al parecer no permite que la persona deje fluir su inconsciente, sus impulsos naturales que siempre piden permiso a la cabeza para salir de paseo. Pero desde mi modesto observatorio quiero agregar que la culpa moviliza, en cambio, otras causas tan nobles como las que germinan en el inconsciente.

En lo que a mí respecta, puedo decir que si no fuera por la culpa habría hecho cosas mucho peores de las que he hecho hasta ahora, y cuando digo "peores" me refiero al sentido moral de la expresión. He omitido un sinnúmero de acciones y he actuado guiado por la culpa, me guste o no. Pero al hacer el balance de esas acciones, me reconforta pensar que en la mayoría de ellas creo haber hecho lo mejor y lo más conveniente para mis prójimos y para mí también (porque uno debe amarse a sí mismo como ama al prójimo, el orden de los factores no altera la sabiduría de la expresión cristiana).

El sentimiento de culpa por no ir al cumpleaños de un amigo que me esperaba me ha hecho ir, y comprobar que mi amigo se ponía contento (y me convidaba con lo mejor de su heladera).

En conclusión, no veo a la culpa como algo negativo, en su justa medida. Como siempre, el secreto está en el equilibrio ¿Qué sería de nosotros si nunca sintiéramos culpa por nuestras acciones u omisiones?

11 de junio de 2007

SAN LORENZO CAMPEÓN