29 de mayo de 2008

MI ABUELA CUPY

Un día de diciembre de 2001 llegué a Santiago de Chile con Paula. Lo que nos llevaba allí era mi presentación a su abuela adorada, como novio de la nieta menor. Otro sujeto me había precedido unos tres años antes, sin éxito. Yo no estaba ansioso, pero sabía que la palabra de la dueña de casa tendría un peso considerable en lo que yo traía en mis alforjas: volver a Buenos Aires con el anuncio de mi casamiento, que yo había decidido ya después de mi primera salida con Paula un año antes.

Así pues, entré a la casa y allí estaba, muy señorona y elegante, la Abuelita Cupy de la que tanto me habían hablado. La abrazó a Paula y me acerqué a la antesala de la cocina. Me dio un beso, me miró rigurosamente a los ojos y le sonreí. Eso fue todo: una vez que me hube alejado a la sala para dejarla sola con su nieta, se dio vuelta y le dijo a Paula: "Tú te tienes que casar con este muchacho". Al igual que Rosko, me había reconocido.

Yo no había tenido la fortuna de contar con abuelos que acompañaran el hallazgo de mi vida en el famoso colectivo. Paula, en cambio, me había hablado durante todo el año de su abuelo librero, Vicente Galaz, que se había marchado un par de años antes y la había dejado sumida en la tristeza. Y también me había anunciado que conocería a la otra mitad: la Abuelita Cupy, que vivía del otro lado de la cordillera con los recuerdos felices del marido que tanto la había cuidado y querido.

Desde aquel día en que por fin nos conocimos, la adopté como abuela y ella me adoptó como nieto varón, en un pacto tácito y feliz. Cocinó para nosotros día y noche, exultante de contar con un comensal que repetía todos sus platos y jamás le decía que no, aunque terminara durmiendo una pesada siesta en el sofá de la sala. Ya en la primera mañana, prácticamente me había obligado a tomarme tres o cuatro "cola de mono", singular aperitivo que yo nunca había probado y ella había preparado especialmente para recibirnos.

Con la Abuelita Cupy entré algo nervioso, un año más tarde, a la iglesia donde esa noche me iba a casar, mientras le explicaba que en la Argentina, la madrina de la novia (o sea, ella) debía esperar con el novio en la sacristía, en lugar de ingresar por el pasillo central como se hacía en Chile y quería ella.

Cupy disfrutó esa boda como una reina madre, resplandeciente de alegría y muy a gusto en su papel protagónico. Con sus 92 años, bailó hasta las tres de la mañana con una sonrisa permanente, muy serena, nunca estruendosa. Se había mandado hacer un vestido, que por supuesto no terminó de conformarla.

Un año y medio después nació la preciosa Sofía, y allá fue Paula, allende los Andes, a enseñarle a nuestra primera hija. Y detrás de ella fui yo, de sorpresa, en complicidad con la Abuela, que me abrazó feliz de nuevo en su casa.

Dos años después volvimos, con Valentina. Cupy se movía en silla de ruedas, y así la llevamos a pasear por el Mercado Viejo de Santiago, donde casi se me cayó de la silla cuando le erré el cálculo con el cordón de una vereda. "Esto no es lo tuyo", me retó. Pero paladeaba cada instante con nosotros, sus nietos y bisnietas, mostrándonos el lugar donde había vivido con Vicente mucho tiempo atrás y eligiendo su plato de mariscos en el restaurante. Una mañana la ayudé a caminar alrededor de su jardín unos minutos, y me sentí muy contento.

En ese viaje, que cada vez nos costaba más hacer, Paula se quedó con las chicas en lo de Marie-Chantal, la prima que tanto cuidó de la Abuela en estos años, y yo dormía en la casa con Cupy. Dos detalles de esa estadía me han quedado, el uno en la memoria, el otro en mi pecho.

El primero fue mi despedida de la Abuela, en la madrugada en que me marché solo al aeropuerto. En ese abrazo, en la quietud absoluta del alba, sentí que era mi último encuentro con ella. Tal vez Paula volvería con la prole, pero no podríamos pagar un pasaje para todos en los siguientes años. Le dije a Cupy que la iba a llamar cuando llegara a casa, que se cuidara y que la quería mucho, y no dijimos nada más. No era necesario. La dejé en penumbras, cerré su puerta lentamente y me fui.

El segundo detalle que me ha quedado de ese, mi último viaje para ver a la Abuelita, fue el objeto que me dio y cuelga de mi cuello cada jornada. Es la cruz que había usado su adorado Vicente a lo largo de su vida. Es la que me recuerda cada mañana que cargo con el legado que ellos me dejaron, en la pequeña oración que ella pronunció el día que me la colgó solemnemente ante los ojos de Paula.

Hace un mes, después de la llegada de Pedrito, la buena hermana Karin, que había venido de Hamburgo, invitó a Paula y los tres pequeños a ir a Chile una vez más, a ver a la Abuela, que estaba ya muy pachucha. Me quedé en Buenos Aires, porque no teníamos el dinero para que yo fuera y había que preparar el bautismo de Pedro, que sería en dos días. Cupy me lo reprochó por teléfono, pero traté de explicarle que realmente no había podido ir. Y sentí que ella tenía razón, que yo debería haber ido aunque fuera en micro, pese a saber que era racionalmente imposible.

Hace una semana fue Sofía la que me dijo que yo "tenía" que ir a Chile a ver a la Abuelita. Nuestra hija mayor tiene cierto don para anunciar cosas, como cuando afirmó muy tranquila que Paula estaba embarazada y que era un varón. Esta vez me llamó la atención su insistencia en el tema del viaje a Chile, pero pasé de largo. Y el domingo, de repente y de la nada, se me vino la Abuela a la cabeza. Nada dije a mi mujercita. En la madrugada del lunes sonó el teléfono, el que siempre temíamos.

Cupy fue mi abuela adoptiva, y sonríe sabia en recuerdos felices que no mueren nunca. Su vida no fue color de rosa ni en sus inicios ni en su epílogo, y sin embargo exprimió cada gajito de alegría y sobrellevó cualquier contratiempo que le fue dado con una firmeza a toda prueba. Ayudó a Paula a crecer en días complicados, y me ayudó a mí a ser lo que Paula necesitaba que fuera.

Ahora que la Abuelita ha concluido su larga labor y se ha retirado, Chile ya no es Chile y el pisco sour ya no sabe tan fresco. Pero alguien sonríe, porque la esperaba y ha vuelto a verla, y pasea con ella de la mano, silbando bajito y arrojando migas a los pájaros mientras ella se arregla coqueta el peinado.

Mientras tanto, Paula y yo nos hemos quedado con el alma a media luz, aunque sepamos que no hay tiempo para lágrimas y tres hijos nos reclaman con su sonrisa infantil. Entonces sentimos que una fuerza nueva nos viene de adentro y nos ponemos a jugar con ellos, serenos y alegres: allí está, en nosotros, la eterna Abuelita Cupy.

23 de mayo de 2008

VACÍOS, PERO DE PIE

Se fue otra Copa. Es verdad: terminó un ciclo de un equipo caro pero heroico, algunos de cuyos partidos recordaremos mucho tiempo. Pero alguna vez deberemos ganar la Copa: San Lorenzo es un grande.

Era difícil seguir avanzando en el torneo cometiendo tantos errores como cometimos a lo largo de todo el torneo. Expulsiones, un penal infantil de Botinelli, el jueguito de Orion. Y aquí me detengo: Tenemos, para mí, un muy buen arquero, aunque en esta serie fue el principal responsable de la eliminación. Los dos goles que nos hicieron eran perfectamente evitables, y en los penales tampoco apareció (aunque esto último es también mala suerte). Orion ha sido, sin embargo, el arquero de un equipo campeón, y no hay que olvidarlo. Para colmo, el árbitro anoche se equivocó fiero con la expulsión de Torres, y en la altura eso no es gratis.

Me quedo con algunos nombres para la galería: Bergessio, Adrián González, D'Alessandro y sus lágrimas espontáneas, Méndez y, pese a todo, Romeo, que torció la historia en Potosí y nunca tuvo el respaldo del técnico que un delantero necesita cuando no la emboca.

Esta Copa nos ha dejado una conclusión amarga, matizada con imágenes de logros parciales importantes, que motivaron un reconocimiento de propios y extraños, incluso en el ámbito internacional.

San Lorenzo fue un equipo raro, que en general no jugó un fútbol vistoso y por momentos fue muy efectivo, y puso hombría copera en partidos coperos. Pero había equipo para más, y la Liga era un rival accesible. Sencillamente, había que ganar de local y salir a aguantarlo allá.

Ya ganaremos la Copa, habrá que tener paciencia. Mientras tanto, las lágrimas derramadas anoche por tantos de nosotros seguirán regando esta mística de grande sufrido pero ganador, que otros tal vez no comprenden. Lo bueno es que después de haber quedado al borde de la muerte, sin cancha y en la B, un hincha de San Lorenzo ya puede soportar cualquier cosa. Como ya he dicho, el Ciclón siempre es alegría. Alegría de vivir.

Si algún cuervo le tenía excesivo respeto a la Copa, creo que en ésta se lo perdió.

No se me ocurre mucho más. El vacío no es una buena fuente de inspiración.

21 de mayo de 2008

EL VALOR DE LAS RENUNCIAS

En la vida, una persona se topa inevitablemente con encrucijadas donde se ve obligada a elegir entre dos rumbos. No es necesario pensar en grandes cosas: al ver el menú del restaurante y elegir un plato, estamos dejando de elegir el resto. Cuando llamamos por teléfono a un amigo y le dedicamos diez minutos de conversación, quedan para otro momento (o para nunca) la llamada a ese otro que también nos espera, o el final de un capítulo en el libro amigo, o diez minutos más de siesta.

Los economistas usan una expresión que en cierta manera refleja estas disyuntivas: el "costo de oportunidad", que no es otra cosa que lo que dejamos de ganar por hacer otra cosa. Es decir, si yo elijo invertir en un plazo fijo, dejo de ganar lo que me daría ese dinero colocado en, por ejemplo, acciones. Si hemos tomado esa decisión, por supuesto, ha sido porque creemos que con el plazo fijo nos irá mejor que con las acciones. Cuando pasamos un pedido de honorarios, también estamos aspirando a ganar lo que podríamos ganar si hiciéramos otra cosa. Y cuando ahorramos, renunciamos a un consumo presente. No es el único factor, pero es muy importante.

En la vida ocurre lo mismo. Cuando tomamos una decisión nos atenemos a todas las consecuencias de ella, las buenas y las malas. De aquí viene esta pequeña disquisición sobre el verbo "renunciar". Cuando tenemos hijos renunciamos, entre muchas cosas, a una gran parte de nuestro tiempo libre, a una buena cantidad de siestas, y a cierto dinero que podríamos usar para comprarnos discos o libros y ahora invertimos en su educación.

En este mundo posmoderno e individualista, muchas personas no resisten el verbo "renunciar". Quieren todo, porque el sistema lo promete todo. No aceptan, sino que exigen más y más, y todo al mismo tiempo. El orden de prioridades se trastoca y lo superficial pasa a ser algo imprescindible para ellos. La escala de valores se vuelve "light", con una frivolidad a la carta. Es el reino del momento.

La renuncia duele, pero su recompensa es grande. El hombre quiere todo ahora, porque así es su naturaleza, pero la apuesta al futuro también vale, y en su nombre es que dejamos de hacer ciertas cosas. Se trata de tener mucha paciencia y proyección al futuro, con las lecciones que nos ha dado el ayer.

La fábula "La Cigarra y la Hormiga" es un ejemplo de lo que digo (Samaniego también la escribió en verso). La primera se gastaba todo su capital mientras la segunda almacenaba comida para el invierno y renunciaba al despilfarro del puro presente. Cuando el frío llegó, la cigarra fue a pedirle alimento a la hormiga, y ésta le dijo burlonamente: "Baila ahora como lo hacías cuando yo trabajaba". No me simpatiza esa actitud de la hormiga, aunque comprendo su revancha frente a una cigarra vaga y atorrante.

Queramos o no, todo el tiempo estamos renunciando a algo. Y por eso, renuncio a seguir escribiendo para dedicarme a hacerle morisquetas a Pedrito.

16 de mayo de 2008

SAN LORENZO SIEMPRE ES ALEGRÍA

Y que les quede claro a todos los que esperan nuestra caída...

11 de mayo de 2008

MI CLUB CUMPLE 90 AÑOS

Corría el año 86 cuando conté mis tres primeros sueldos de cadete veraniego y me hice socio de C.U.B.A., esto es, el Club Universitario de Buenos Aires. Este club cumple hoy 90 años de existencia, y le rindo homenaje.

CUBA, que hace del amateurismo una bandera y del estudio una historia, es uno de los mejores clubes del país, porque en sus sedes puede practicarse el deporte que a uno se le ocurra. Su actividad principal es el rugby, aunque no obtiene un título nacional desde el año 70. Estuvo muy cerca de hacerlo en el 87, pero perdió por un punto un partido increíble que ganaba 20 a 0 ante el Banco Nación de Hugo Porta. La verdad sea dicha, nunca me he identificado del todo con la gente del rugby del club, si bien sé que hay allí grandes personajes y valores altos. Pero en CUBA siempre ha habido cierta pica entre rugbiers o "cubanitos" y futboleros de alma, que eran menospreciados por los primeros. Sin embargo, muchos han practicado ambos deportes sin problemas, y la convivencia es buena, como supongo que ocurre en varios clubes similares. Y de última, en el fútbol también he visto personajes indeseables, en franca minoría frente a los grandes de verdad.

El principal defecto que le veo a mi club es ese machismo que no deja a las mujeres hacerse socias por las suyas, en una sociedad que tanto ha cambiado desde 1918. Paula no es socia, es adherente, lo cual constituye una discriminación sin sentido. Y tampoco puede gozar de las comodidades de la sede Viamonte, donde hay gimnasio y pileta cubierta, entre otros espacios.

He contado por aquí cómo fueron mis inicios futbolísticos en el club, y cada vez que voy con mi familia a la sede de Núñez, miro de reojo esa cancha polvorienta donde tanto me gustaba jugar entre fiestas y estudio, y les muestro a mis hijitas el lugar donde su papá le pegó a la pelota en ese partido inolvidable frente a Me Picó. Y después recuerdo el día del gol en el ultimísimo minuto frente a Febo Asoma, y otras jornadas de gritos, victorias, derrotas y partidos sin dormir.

En Villa de Mayo también tengo recuerdos generosos en materia de fútbol, y tuve mis épocas de concurrente a partidos de rugby (deporte al cual sigo, como a otros), de local o visitante. Allí sufrí la que creo que fue mi única expulsión en un partido, cuando sin querer le pegué un manotazo a un jugador rival, el cual exageró para su conveniencia y provocó mi roja en una tarde en que todo nos salía mal.

Mis dos equipos fueron Dynamo y Darrospide, en dos etapas cada uno. El primero en una época de sufrimiento y humildad con mi hermano y mi primo, además de un gran grupo de amigos de ellos; el segundo, siempre peleando bien arriba, y con mi amigo Gonzalo Mayo, el mejor jugador del amateurismo argentino. Decidí el retiro del fútbol de CUBA, justamente, en un partido entre Dynamo y Darrospide jugado en la sede de Fátima hace 9 años, en el que entré sobre el final. No he vuelto a esa sede desde entonces, y cuando lo haga extrañaré la verde gramilla, pero comprenderé que en la vida hay etapas que hay que cerrar.

Ahora llevo al club a Paula y nuestros tres hijos (el tercero, el varón que tal vez herede mis escapadas por la derecha, o mejor aún). Las veo a las pequeñas en el arenero y diviso a antiguos rivales, canosos, o con menos pelo, o gordos, y pienso en que este club nos sigue acompañando en los diversos capítulos de nuestra vida, y que nunca hay que abandonar el deporte, aunque sea para ir a un frontón a pegarle un rato a la pelota, o ir al gimnasio a trotar un poco.

CUBA es un club con todas las letras, con sedes en el centro y en Palermo, Núñez (frente al río), Villa de Mayo, Fátima, Bariloche y Villa la Angostura. Por último, recomiendo lo que escribió Jorge Búsico sobre mi club en su blog Periodismo Rugby.

9 de mayo de 2008

UN MILAGRO DEL PADRE MASSA

Por segunda vez en lo que va de la Copa me sentí fuera de ella. Ya nos habían puesto plazo fijo en Bolivia, cuando el 0-2 parecía irremontable a 4000 metros de altura y lo dimos vuelta. Y en esta noche histórica, vi a Abreu gritar el segundo gol de ellos, con dos jugadores menos nosotros, y otra vez sentí que el fin del sueño estaba a solo veinte minutos de distancia.

Pero el fútbol es así, como la vida misma, y nos pinta una sonrisa donde una lágrima amagó asomar. Y Bergessio la manda a guardar por segunda vez, y corro y grito enloquecido a lo largo de la oficina, solo con mi corazón. Y entonces el llanto se hace dulce y feliz, y la Copa sigue pero todavía queda un rato eterno para que termine el partido.

Cuando faltaban diez minutos miré al Cielo y le recé al padre Lorenzo Massa. Le pedí el milagro para el pueblo azulgrana, y los delanteros de River empezaron a fallar cuanta pelota tuvieron delante del arco vacío. Llegó el final, y no fue un sueño. El Ciclón sigue vivo de la mano de Pedrito, este bebé que nos ha sido dado y desde su cuna me recibe cada noche, en paz absoluta, sabedor de un futuro azulgrana que yo ignoro.

Gracias, Papá, por hacerme de San Lorenzo. Gracias por darme este azul y este rojo pegados a mi piel. Déjenme que esta noche duerma con esta camiseta puesta y sueñe con más alegrías centenarias.